Y Pedro se puso contento cuando escribió la última nota. Pero su felicidad le pareció insulsa, un sabor a agua de la canilla le pareció que tenía su felicidad. Había pasado toda la noche intentando hacer de la melodía confusa (pupupupurupupu) que se le ocurrió cuando pedaleaba del trabajo a casa (y que ya casi no recordaba cuando llegó a su casa, o que por lo menos ya se había transformado en algo muy distinto a lo que era cuando viajaba en su bicicleta) una canción. La idea de recuperar la melodía original lo había atormentado menos que la de poner su alma entera en aquella canción. Y finalmente, luego de engorrosas horas lo había logrado. La letra y las notas acaloradas y apasionadas estaban sobre el papel, pero en su interior hacia frío y los pensamientos hacian eco. Pensó que las horas de duro trabajo quizás lo habrían estresado y que una copa de vino le ayudaría a relajarse. Miró el reloj, ya eran las siete de la mañana y la licorería estaría abierta. Bajó las escaleras y montó su bicicleta. Pedaleó y se detuvo frente al negocio. Con paso decidido se encaminó hacia las puertas automáticas (¡PAUM!) pero estas no se abrieron.
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2 comentarios:
deberias tatuarte su cara en una nalga... o al menos comenzar a consumir heroina
che, que cagada lo de la puerta, seguro que le habia vendido su alma a milhouse
adieu!
Cope Corto Cuento
encontraste tu musa inspiradoraa!!!
lastima q no aparece el diablo si que amooo como lo caracterizan.
y no deberia preocuparse por lo de las puertas, si me ha pasado alguna vez... mmm q garron esta tecnologia es mas perceptiva de lo q parece
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